En los mercados emergentes, la industria manufacturera ha sido históricamente una fuente de productividad, crecimiento y empleo. Desde los años 50, la industrialización ha mantenido a las economías de América Latina, Asia y Europa Oriental en una fluctuación constante hacia etapas más avanzadas de desarrollo.

Pero como estrategia de crecimiento para los países de bajos ingresos, la eficacia de la producción tradicional está disminuyendo. Para competir en la economía global del futuro, impulsada por la tecnología, los países en desarrollo necesitarán nuevos modelos para aumentar la productividad y poner a las personas a trabajar.

Dos factores están conspirando para arrojar dudas sobre el desarrollo liderado por la producción. El primero es la competitividad: atraer producción a países de bajos ingresos nunca ha sido tan difícil. Los costos laborales, los tipos de cambio y la infraestructura son ferozmente controvertidos, lo que ha llevado a la consolidación de centros de fabricación globales.

El segundo factor es la tecnología. A medida que la robótica y la inteligencia artificial reducen los costos laborales, la lógica de transferir la producción a las economías emergentes ha disminuido. Esto es particularmente problemático para países como los del África Subsahariana, que actualmente están recurriendo a la industrialización para estimular el crecimiento. A corto plazo, los países en desarrollo que dependen de la manufactura pueden competir mediante la mejora de los entornos comerciales y la capacitación de trabajadores más calificados. Pero tarde o temprano, los salarios y la fuerza laboral dejarán de ser una ventaja comparativa.

Dado que es poco probable que la producción tradicional impulse el futuro crecimiento económico del sur global, los economistas están explorando nuevos modelos de productividad. Una idea es alentar una transición hacia servicios tales como banca, finanzas, telecomunicaciones y seguros. Algunos incluso predicen que los centros de fabricación podrían convertirse en lugares para la “producción” de servicios. Para los países en desarrollo en particular, las actividades dependientes de la tecnología se defienden como una panacea económica, dados los bajos costos marginales de la expansión de la producción.

Pero abrazar el sector de servicios de forma aislada no resolverá los desafíos económicos y laborales del sur global. A diferencia de la fabricación tradicional, que emplea a legiones de trabajadores de baja calificación, un sector de servicios ampliado no compensará los empleos perdidos en las fábricas cerradas. Con algunas excepciones notables, que incluyen la construcción y el turismo, las industrias no manufactureras no pueden generar aumentos de productividad a la vez que garantizan un empleo adecuado. Por esta razón, una desviación completa del status quo sería imprudente.

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Pero existe una solución: los mercados emergentes pueden desarrollar estrategias más matizadas que combinen procesos de producción para bienes físicos y no físicos. Sin embargo, si el futuro de la producción es una combinación de manufactura y servicios, los países de bajos ingresos tendrán que adaptarse.

El mundo tiene mucho que aprender de la interacción entre producción y servicios, pero hay algo claro: la tecnología está en el centro de la transición. Como señalaron recientemente mis colegas del Banco Mundial Mary Hallward-Driemeier y Gaurav Nayyar, “la fabricación interconectada” -por la cual la maquinaria y el equipo están conectados entre sí y con Internet- es el futuro de la producción. Estas llamadas “fábricas inteligentes” impulsarán la fabricación, y si los mercados emergentes van a competir en este nuevo panorama de producción, esa política deberá elevar los niveles de automatización, competitividad y conectividad de sus economías.

La próxima “prestación de servicios de producción” enfrentará a los responsables de formular políticas en todas partes, especialmente en el mundo en desarrollo, con decisiones difíciles. No todas las economías se beneficiarán de los servicios relacionados con la fabricación, y requerirá creatividad para determinar cómo los servicios complementarán la evolución de las fábricas.

Pero como señalan Hallward-Driemeier y Nayyar, independientemente de dónde esté la producción, las líneas de producción del mañana serán más inteligentes que las de hoy. “La agenda, por lo tanto, debería ser preparar a los países para generar sinergias entre sectores para participar en toda la cadena de valor de un producto, al tiempo que explotan oportunidades independientes más allá de la fabricación”.

Es más difícil que nunca impulsar el empleo de trabajadores de baja calificación y no calificados mientras se mantienen niveles saludables de crecimiento. La globalización y las nuevas tecnologías están cambiando drásticamente el panorama de fabricación en el mundo, obligando a los líderes de las economías emergentes a reconsiderar sus caminos hacia la prosperidad.

Afortunadamente, son más numerosos los factores que vinculan a la producción y a los servicios que los que los separan. Si la transición de la “fábrica inteligente” se maneja con prudencia, las economías del sur global podrían encontrar nuevas oportunidades de crecimiento. La alternativa –un desempleo que entorpece el crecimiento económico-, es un resultado que nadie puede permitirse.


Project Syndicate, 4 abr 2018.