Sergio De Piero

Cientista político, professor da Universidad de Buenos Aires-UBA, da UNAJ e da FLACSO.

Artigo escrito especialmente para o NEAI.

 

¿Dónde podemos poner el punto de partida en el cual comenzó con certeza el camino que llevó a Mauricio Macri a convertirse en Presidente de la Nación?

Desde luego tuvo muchas instancias claves: la primera pertenecer a una de las familias más poderosas del país, dado que el Grupo Macri posee decenas de empresas en distintos rubros de la economía, desde hace décadas. Luego se convirtió en Presidente del popular club Boca Juniors y logró, durante sus tres presidencias, una notable cantidad de torneos futbolísticos tanto nacionales como internacionales. Esto lo convirtió en lo que hasta ese momento no era: un personaje popularmente conocido.

En el año 2003, y al calor de la crisis que Argentina sufrió en el año 2001, fundó un partido político, que al cabo terminaría llamándose Propuesta Republicana, PRO. En 2003 se presentó como candidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) y fue derrotado en balotaje. En 2007 y 2011 dos balotaje lo llevarían a ocupar ese puesto. La gestión de la ciudad tuvo sus altibajos: no atacó los problemas nodales (vivienda, salud, infraestructura educativa) pero se ocupó de “embellecer” lugares del espacio público y atendió algunos núcleos de la cuestión del tránsito. También creó una fuerza policial local. En 2011 amagó con ser candidato a presidente, pero a la luz de las encuestas que lo ubicaban muy lejos de Cristina Fernández, desistió. Para 2013, y al calor del golpe electoral que sufrió el oficialismo en las elecciones de medio término, toma la decisión de competir en 2015.

Para Macri y su espacio la campaña se apoyó centralmente en la imagen del candidato y mucho menos en propuestas políticas; este, además, contó con la cobertura de los grandes medios de comunicación, y aunque ello no fuera decisivo en el voto, sin dudas se convirtió en una gran ayuda, justamente para consolidar su imagen. Luego buscó figuras del mundo del espectáculo y el deporte, para extender su peso electoral en algunas provincias claves, aquellas con mayor población. Recordemos que hasta 2015, el PRO solo gobierna la capital federal, posee tres senadores nacionales sobre 72 y 18 diputados sobre 257. En este año 2015 inició las alianzas a nivel provincial con otros partidos, en particular la vieja Unión Cívica Radical (UCR), lo que le permitió formar parte de algunas victorias. Esa alianza alcanzará status nacional. La UCR juega, en sus aspiraciones a ser el PMDB de Macri, en particular por su mayor presencia en el Congreso Nacional.

En estos días recibimos informaciones segmentadas y contradictorias. No sabemos aun las decisiones centrales que tomará Mauricio Macri a partir del 10 de diciembre. Al darse a conocer el gabinete ministerial podemos observar la sobrepoblación de personas cuya trayectoria principal se vincula a empresas privadas, en algunos casos grandes multinacionales. Razonable por un lado (en un partido tan joven es difícil contar con cuadros experimentados) pero a su vez nos anuncia el peso que las corporaciones tendrán en su mandato, al menos de modo inicial. Esa presencia está equilibrada, en parte, por sus hombres de confianza que lo acompañaron en el gobierno del Ciudad de Buenos Aires.

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El problema parece presentársele, como es usual, con las promesas de campaña. No las generales, en cuanto a aquellas vacías del marketing (“Argentina distinta, con tolerancia y unida”), sino las específicas: el gobierno actual mantienen un control de cambio en el mercado de divisas regulando la venta de dólares en el mercado oficial; a su vez, existe en Argentina una política de retenciones a las exportaciones de granos y oleaginosas; a esos sectores les ha prometido una baja sustancial de las retenciones, cuando no su anulación. También ha prometido que menos asalariados pagarán el impuesto a las ganancias que se aplica a los sueldos mayores a U$S2.500. Pero en tren de manifestar que ellos no serán el cambio radical, Macri se comprometió a continuar con toda la ayuda social que el kirchnerismo implementó en estos doce años, a través de distintas políticas, y que van desde el pago de ingresos por hijo para los padres sin empleo, subsidios a adolescentes para finalizar sus estudios (secundarios o universitarios), un programa crediticio para la construcción de vivienda a baja tasa, entre otros varios (como el plan que incluye 22 vacunas obligatorias y gratuitas).

En esta situación el gobierno del PRO enfrentará lo que en parte puede ser un dilema (es decir cualquier decisión que tome le generará altos costos). Para resumir la cuestión: ¿se implementará una política de shock o se optará por el gradualismo? La primera implicaría devaluar el peso frente al dólar entre un 30% y un 50%; eliminar las retenciones a las exportaciones agropecuarias (salvo a la soja), desregular la venta de dólares y liberar las importaciones, es decir abrir la economía. Nada nuevo en el recetario neoliberal. La cuestión es que estas medidas desatarían consecuencias graves para los asalariados y muy particularmente a quienes trabajan en el sector informal. Ello incluye, aunque no asegura, un clima de protesta social. La opción entonces será optar por un gradualismo que aplique estas recetas en dosis para amortiguar su impacto, permitiendo paritarias salariales a modo de compensación.

Ahora bien, si toma esta segunda opción, los grupos económicos concentrados que han apoyado su candidatura (y de hecho algunos integran su gabinete) no estarán muy convencidos de este tipo de medidas, ya que no les garantizan un cambio, un “nuevo clima de negocios”, en los términos que han exigido. No es menor esta cuestión porque hace a la propuesta central de Mauricio Macri, quien ha anunciado que su proyecto va en favor de “Cambiar la Argentina”. Los nombres que ocupan el gabinete dan la idea de una política de shock, sin embargo al no existir una crisis económica (sino problemas puntuales en la economía) los márgenes para realizar estas transformaciones son menores. Y esto, justamente, es lo que sabremos en las próximas semanas. Pero el hecho de que su mandato se inicie con este dilema, pone en cuestión el grado de profundización que la pretendida restauración conservadora enarbolada por Macri puede llevar adelante.