Damián Paikin

Cientista político, Professor Adjunto da Universidad de Buenos Aires-UBA, Argentina. Artigo escrito especialmente para o NEAI.

 

La reciente elección presidencial argentina dejó numerosos puntos para el análisis e interrogantes de cara a un nuevo gobierno que rompe la tendencia a la continuidad expresada por las anteriores elecciones regionales donde en su gran mayoría las fuerzas en el poder, con el mismo u otro candidato, fueron las vencedoras. En Argentina, a contramano de lo esperado, el Frente para la Victoria (FPV) fue derrotado ajustadamente en el ballotage a manos del Frente Cambiemos por un 51,40 % de los votos, contra un 48,60, dando vida a un nuevo gobierno de signo diferente al que gobernó el país durante los últimos doce años.

¿Un país partido en dos? En este contexto aparecen entonces diferentes preguntas a analizar. La primera, nacida de la mera observación de los resultados, es sí tras la elección la Argentina se encuentra partida en dos casi por mitades iguales, en una sociedad dividida y polarizada al estilo venezolano. Esta mirada, instalada desde algunos sectores del kirchnerismo debe ser, de todas formas, matizada. Ni el 51% comparte las ideas del macrismo en un todo, ni el 49 se define como profundamente kirchnerista. Esta situación plantea un límite para el nuevo gobierno a la vez que una oportunidad. Límite en tanto su propia base social no lo acompañará en un programa que plantee un cambio total con lo existente hasta el momento, y oportunidad, porque tiene la posibilidad de tomar parte del electorado del FPV.

En el voto a Macri se combinaron diferentes razones. Por supuesto, un importante número que acompañaba su propuesta, pero también otro sector que simplemente buscaba terminar con la experiencia kirchnerista por hartazgo o simplemente por voluntad de generar un recambio en el elenco de gobierno. Por el otro lado, el voto del FPV se componía de una mayoría profundamente consustanciada con el modelo político del kirchnerismo, sector profundamente movilizado y organizado, pero también por otros tantos que vieron a Macri como una amenaza para conquistas puntuales y hasta personales que hubieran obtenido en este tiempo. Este sector, en tanto no se reviertan algunas de las políticas públicas más populares, podría llegar a migrar a un acompañamiento del nuevo gobierno.

¿Quién es Mauricio Macri? Una segunda pregunta de interés, sobre todo para la mirada externa, es quien es Mauricio Macri. Aquí vale también la pena realizar algunas precisiones. Macri es, efectivamente, un referente de lo que podríamos definir como un espacio de centro derecha. Profundamente liberal en términos económicos, pero también liberal en términos sociales, su figura se aleja de la derecha tradicional. Si bien existen en su partido sectores conservadores, algunos de ellos vinculados con planteos reaccionarios en términos de su visión sobre cuestiones como los derechos de las minorías sexuales, el aborto, o el repaso sobre las políticas de derechos humanos asociadas a la búsqueda de justicia en relación a lo ocurrido en la última dictadura militar, esto no es aplicable a la figura del nuevo presidente.

Por ello no es de esperar grandes cambios en dichas áreas con el nuevo gobierno. Sin dudas, el eje derechos humanos no tendrá la centralidad que tuvo en estos últimos doce años. Pero tampoco es de esperar un retroceso. De hecho, el mismo día posterior a la elección, un fuerte editorial del diario La Nación en favor de retrotraer los juicios contra los militares implicados en delitos de lesa humanidad, fue enfrentado por el propio Macri quien aclaró no estar de acuerdo con esa idea.

Por el contrario, donde sí se esperan grandes cambios es en la política económica y en la lógica de manejo del Estado. Sin una fuerte formación política, Macri construye su mundo de sentido desde una visión empresarial, y particularmente, desde una visión de la gran empresa, tal como la que heredó de su familia. En este sentido, para su mirada, las políticas públicas deben estar regidas por una lógica de eficiencia y la propia gestión del Estado debe seguir los patrones del mundo privado. Por ello, desde sus primeras definiciones, la conformación de su gabinete, se puede encontrar una proliferación de economistas liberales en los diferentes ministerios que de alguna manera hacen recordar a lo sucedido en el gobierno de De la Rúa cuando incluso se puso al frente de Educación a un profesional de dicha disciplina.

Aquí no se ha llegado a tanto, y la Argentina del 2015, dejando de lado los pronósticos apocalípticos vertidos durante la campaña por el propio Macri, no se asemeja en nada a la del 1999 particularmente en relación a las cuentas públicas, el endeudamiento externo, y la tasa de desempleo. Pero la idea inicial de conformar un gabinete económico (Finanzas, Transporte, Producción, Energía, Agricultura y Trabajo) recuerda aquella idea de montar una estructura organizada bajo la premisa de reducir el gasto público.

En definitiva, pese a que Macri ha sido asociado fuertemente con el Partido Popular español y particularmente con la figura de Aznar, de quien es amigo, su liberalismo social y en particular su mirada en relación a cuestiones de derechos individuales lo alejan de ese modelo, complicando su comparación con otras experiencias políticas.

La región y la política exterior. Un tercer elemento de análisis se relaciona con su visión en torno a la política internacional y particularmente en su mirada sobre la región. Aquí, nuevamente, el contraste con la visión del kirchnerismo es total. Si bien durante la campaña la cuestión internacional y regional estuvo casi ausente, dos definiciones dan cuenta de este corrimiento. La primera es el pedido expreso de revisar los acuerdos recientemente firmados con Rusia y China en materia de inversiones. Detrás de este pedido, implícitamente, se esconde un planteo de retrotraer las relaciones con estos países, para centrar la mirada en las potencias occidentales. La segunda, fue la mención a la situación venezolana en relación al encarcelamiento de Leopoldo López y la voluntad de invocar ante el MERCOSUR la cláusula democrática para sancionar al gobierno de Nicolás Maduro.

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De ambas definiciones surgen algunas de las premisas del planteo de política exterior del nuevo gobierno. La primera, un realineamiento político y comercial con los Estados Unidos, más de tipo ideológico que basado en las relaciones concretas y estructurales necesarias para el desarrollo de la economía argentina. En el discurso del nuevo gobierno, la Argentina, pese a su activismo en el escenario internacional, sus relaciones con nuevos grandes jugadores como Rusia o China, su fuerte relación con la región, se encuentra aislada del mundo, siendo esto un eufemismo para expresar un debilitamiento de las relaciones con los Estados Unidos. Ahora bien, obviamente que dichas relaciones pueden mejorar. Sin embargo, estructuralmente la economía argentina precisa mucho más de una buena relación con China y Rusia, que con los Estados Unidos para desarrollarse, en tanto ambas economías americanas son fuertemente competitivas en aquellos productos que exporta la argentina. Por ello, pese a un discurso de apertura al mundo y búsqueda de nuevos mercados como eje de la política exterior, lo que se advierte en un fuerte ideologisismo en relación a esta temática, contrario al tono antimperialista del kirchnerismo pero incluso menos efectivo en términos de relaciones comerciales que el modelo anterior.

Este mismo sesgo ideológico aparece en la mirada sobre la región y particularmente con Venezuela. Evidentemente la posición sobre el gobierno de Chávez y su continuidad en Maduro ha sido un parteaguas en el continente. Pero para la Argentina, nuevamente, Venezuela no fue solo un aliado estratégico en lo político, sino un socio fundamental en lo económico, durante los años del kirchnerismo. Aún hoy, con la situación conflictiva del país, la provisión del petróleo venezolano, así como el envío de productos agrarios al país caribeño constituyen un ítem importante en la balanza comercial argentina.

Aun así, aparece nuevamente un matiz importante en el pensamiento del nuevo frente de gobierno y su comparación con otras expresiones de la centro derecha sudamericana, como puede ser la brasileña, encarnada en las últimas elecciones en el PSDB o el Partido Blanco del Uruguay. A diferencia de ellos, el macrismo no plantea ni un debilitamiento ni un fin del MERCOSUR. De hecho, es probable, que en un primer momento y pasado el conflicto que se presentará en torno a la cuestión venezolana, el MERCOSUR viva un nuevo momento de crecimiento en tanto y en cuanto se darán por tierra con las restricciones a las importaciones planteadas en los últimos años por el gobierno de Cristina Kirchner, mejorando las relaciones comerciales con Brasil a costa de la propia industria nacional. De hecho, el nuevo presidente ha planteado con claridad que su primera visita al exterior tendrá como destino Brasilia y que su intención será siempre el fortalecimiento de la alianza estratégica con Brasil.

Esta situación se funda en un hecho nodal que debe ser tenido en cuenta por cualquier analista externo de la realidad argentina. Para esta sociedad, la integración regional en la actualidad no es un punto de debate, sino un acuerdo pleno. Todas las expresiones políticas reconocen en Brasil un socio con quien construir su destino, lo que trasciende la cuestión comercial (sin dudas de importancia) para pasar incluso a la idea del imaginario colectivo que ubica a Brasil como un significante positivo en forma casi unánime, mientras que los Estados Unidos se presentan como un antagonista. Esta situación, fruto de la experiencia, y de las formas en que el pensamiento político se ha construido desde la independencia del país hasta nuestros días otorga. Según la última encuesta del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI), de 2010, sobre percepción de la opinión pública sobre la política exterior, casi un 90% de acuerdo con la integración.

En definitiva, el planteo entonces será más MERCOSUR, y desde allí, más acuerdo con la Alianza del Pacífico y la Unión Europea y probablemente más Tratados de Libre Comercio. Pero siempre preservando el vínculo inicial, generando un proceso de tensiones internas que, en la medida que Brasil plantee otro modo de relacionamiento con el mundo, dará lugar a fuertes conflictos.

Como conclusión, nos encontramos en un momento de cambio y ebullición, con algunas certezas y muchos interrogantes, entre los que se incluyen el destino de la presidente saliente, y del candidato del FPV, Daniel Scioli, quien pese a haber perdido, no realizó una mala elección, lo que le permite quizás aspirar a nuevas oportunidades donde, sin dudas, deberá disputar con Cristina Kirchner y tantos otros que hoy desde el peronismo empiezan a probarse el traje de jefes de la oposición.